No quiero ser igual que mis padres.
No quiero
ser igual que mis padres.
No quiero
que mis hijos sufran lo que yo sufrí.
Son frases que escucho con cierta frecuencia, pues hay muchas personas
que tuvieron experiencias muy difíciles en su
infancia, relacionadas con sus padres: abandono, negligencia, violencia, son sólo ejemplos de lo que puede
marcar a un hijo, y en este caso a quienes actualmente somos padres. Lamentablemente
cuando no se procesan estas emociones de forma correcta suelen tener muchas
complicaciones, en especial cuando a esa persona que creció en una familia nociva empieza a querer
construir su propia familia. Como padres, necesitamos perdonar y sanar las heridas relacionadas con
nuestra infancia y la relación con nuestros padres.
Explicaremos el aspecto teórico de cómo sanar esas heridas de la
infancia.
Las heridas psicológicas o emocionales
son como las físicas inevitablemente vamos a tener varias en nuestra vida, igual que
esas heridas físicas hay heridas emocionales de diferentes intensidades y
cuando no sanan correctamente dejan secuelas notables, además de que cada quien
tiene un proceso de cicatrización física y emocional diferente, las referencias a nuestras heridas de la
infancia usualmente se hacen evidentes con nuestros propios hijos, por ejemplo
hay quienes aún sin desearlo repiten la misma historia de abandono, negligencia
o violencia que vivieron de niños y qué tanto los lastimó, con sus propios
hijos. Aunque también está el otro lado de la moneda, quienes con tal de no
actuar como sus padres sobreprotegen, pensando que con eso hacen lo opuesto; pero
al final de cuentas es lo mismo pues le estamos dando a los hijos una
educación desequilibrada y como es de
esperarse tanto en los padres que repiten idénticamente los patrones de sus
padres como en los que lo hacen al revés, las malas consecuencias en la familia
no se hacen esperar; las heridas mal
sanadas relacionadas con los padres no sólo salen a flote con los hijos las
relaciones de pareja también son una válvula de escape muy frecuente,
es muy común que aquellas personas que tuvieron una relación distante con sus
padres busquen a una figura paterna o materna en sus parejas o aquellos que
tienen rencor hacia sus papás desplacen esa emoción de alguna u otra forma
hacia sus parejas.
Hay muchas formas diferentes en las que este fenómeno se puede presentar.
De hecho hay ocasiones en donde este desplazamiento de emociones y deseos no
sólo es hacia la pareja sino hacia todos los hombres o hacia todas las mujeres.
Es un tema muy extenso y complicado, pero el objetivo de mencionarlo es hacer
una invitación a la introspección y analizarnos para identificar si tal vez los problemas de pareja, con las
figuras de autoridad, con los hombres o mujeres en general tienen alguna
relación con nuestras heridas no resueltas del pasado. Cuando alguien hace algo que nos
lastima es relativamente fácil reconocer que no nos agrada, que nos molesta
cuando nos tratan de esa forma específica, sin embargo cuando ese alguien son
nuestros padres, no siempre es fácil.
Antes era mucho peor, hace muchas décadas el miedo a simplemente
reconocer este tipo de emociones llevaba síntomas psicosomáticos o
trastornos de conversión hasta desembocar en problemas físicos
como ceguera, sordera o parálisis diversas, causadas por esos problemas
psicológicos no reconocidos o ya reconocidos no atendidos de manera adecuada,
eso se debía a que anteriormente la sociedad era mucho más
rígida y estos problemas de salud sólo eran una de las consecuencias de esa rigidez, en la actualidad las
cosas han cambiado y la represión ya no es tan fuerte, pero sigue presente es
por eso que el primer paso para poder sanar las heridas de la infancia y la
relación con nuestros padres es aceptar lo que sentimos, nos guste o no, pues
esas emociones están ahí y entre más queramos ignorarlas, justificarlas o
reprimirlas, más tarde o más temprano aparecerán sus secuelas.
Recuerdo el caso de una joven a quien su madre la dejó al cuidado de una
“familia amiga” donde la recibieron y trataron como un miembro más de esa familia,
siendo ella muy pequeña le brindaron una educación de mucha calidad (yo la conocí
en un Colegio de Coyoacán mientras impartía la cátedra de “Vitrales y Emplomado”
como materia optativa), era una chica llena de amor,
responsable y entusiasta, pero no siempre y es que, su madre biológica de vez
en cuando se aparecía en su vida, casi siempre en las vacaciones de verano, y
eso le que causaba un gran conflicto emocional a la chica (afectándola
en su desempeño académico, que fue uno de los detalles que me comentó mi
director de área para la evaluación de esta jovencita), pues ella
creía que debía amar a su madre biológica por sobre todas las cosas y el
conocimiento de su situación le acarreaba gran ansiedad, decepciones continuas,
mucho dolor y decaimiento al iniciar cada ciclo escolar. Fue hasta que se quitó
de la cabeza “los debería y las suposiciones sociales” que vio las cosas como
realmente son, es decir que el amor de un hijo es algo que se gana, y sólo
hasta que reconoció que su madre la había lastimado mucho pudo sentirse mejor,
pues dejó de auto dañarse con situaciones que no eran reales.
Muchos tenemos miedo a reconocer las
emociones negativas que pudieran sentir hacia nuestros padres, pues creemos
que sí lo hacemos vamos a terminar alejándose de ellos y esto no siempre es así,
en muchos casos es todo lo contrario pues sólo reconociendo ese aspecto doloroso
de la relación los hijos podemos perdonar a los padres desde el corazón y no como si fuera una obligación, cuando
no hacemos frente a esas emociones dolorosas no desaparecen siguen ahí y salen
sin darnos cuenta haciendo daño a otros y también a nosotros mismos;
ciertamente hay quienes al reconocer estos sentimientos se dan cuenta que lo
mejor es marcar distancia y límites con sus padres, pero no por el rencor, pues
el resentimiento se deja atrás después
de este proceso, sino porque se dan cuenta que es lo mejor y más saludable
para todos aunque sea una decisión muy difícil de tomar, una vez que hemos sido
honestos con nosotros mismos y que hemos aceptado lo que sentimos lo que hemos
vivido y lo que pensamos es momento de mostrar esa misma aceptación hacia los
padres, ya que así como queremos que perdonen nuestras
ofensas debemos aprender a perdonar a los que nos ofenden y para esto
es necesario comprender que cuando nuestros
padres hicieron ese algo que nos lastimó fue porque dentro de su situación,
capacidad, conocimiento, experiencia y emociones, ese algo que hizo fue lo
mejor que pudieron hacer.
Y esta aceptación aplica para TODA PERSONA ADULTA, tíos, primos,
hermanos, maestros, cuidadores, etc., que nos lastimó cuando fuimos niños,
mientras no haya sido malintencionada, es para sanar esa herida que cada
vez que regresa una situación parecida nos vuelve a doler, es para
poder mirar, por ejemplo, nuestro brazo o nuestra rodilla con una cicatriz de
12 cm y recordar que fue de una caída de la bicicleta, pero recordaremos lo
divertido que fue ese paseo o esa carrera con nuestros amigos de infancia y no
la paliza que nos dieron por que la bicicleta se descompuso después de esa
caída, y es que nuestros padres si nos curaron
el brazo o la rodilla, pero desesperaron por no tener dinero para reparar
la bicicleta.
Entender ese momento de la vida de
nuestros padres, sirve para entender que nuestros papás hicieron algo que nos
lastimó y muy probablemente no fue con el afán de hacernos daño sino porque
esa era la educación que tenían o era lo que su inteligencia emocional les
permitía. Cada caso es muy diferente y debemos analizar que llevó a nuestros
padres a actuar de esa forma y reconozcamos que si tuviéramos las mismas
circunstancias educación y capacidades hubiéramos hecho lo mismo que ellos pues
es muy fácil juzgar sin ponernos en los zapatos del otro pero es incorrecto.
Debemos tener claro que este no es un proceso para justificar a los
padres sino para liberarnos de las emociones que nos atan al aferrarnos a un
rencor alimentado por la incomprensión, podemos pensar en algún momento donde
hemos hecho daño a algún ser amado y pensemos que así como nos gustaría que
otros se pongan en nuestro zapatos cuando nos equivocamos debemos poner el
ejemplo y hacerlo nosotros primero cuando nos pasa algo doloroso hay dos formas
en las que lo podemos ver:
podemos verlo como un fracaso o
como un aprendizaje.
como un aprendizaje.
Y con las heridas de la infancia es igual. No podemos esperar que,
nosotros mismos, pasemos automáticamente de tener heridas mal sanadas a tomar este
tercer paso de verlo como un aprendizaje, primero
debemos reconocer lo que sentimos aunque sea doloroso, después debemos tratar de entender el porqué de la situación
difícil que vivimos. Y solo habiendo pasado esos dos escalones podremos llegar a entender qué sentido y qué
aprendizaje podemos obtener de esa experiencia difícil.
Muchas personas se quejan de los rígidos que fueron sus padres con ellos
o de las carencias que vivieron de niños, cuando esta situación no se
trabaja sanamente es común ver a esas personas echando a perder a sus propios
hijos, dándoles todo generando así niños malagradecidos egocéntricos y
aprovechados o también los podemos ver gastando su dinero y entrando en
actividades poco saludables, todo con tal de compensar esa carencia y rigidez dolorosa que no
han sabido procesar; mientras, quienes logran ver esas
experiencias como un aprendizaje reconocen que sin esas carencias no hubieran
tenido el impulso de trabajar por lograr una estabilidad y que sin esa firmeza
no habrían aprendido a trabajar para lograr sus sueños.
Lo que los padres hicieron no fue perfecto, pero identifiquemos ese
detallito positivo que podemos rescatar de la experiencia para de esa forma
evitar caer en extremos o repetir los mismos errores que nuestros padres. En
conclusión infancia no es destino,
pues somos ADULTOS, con la capacidad de afrontar nuestras emociones,
empatizar y comprender los errores de los demás y sobre todo, somos capaces de
convertir los obstáculos en escalones para seguir subiendo Y APOYAR A NUESTROS
HIJOS.
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